¿Por qué la dificultad en educar a los hijos?
Por Mtra. Ingela Camba©
Pareciera que la generación de padres de este siglo XXI se encontrase con grandes dificultades para educar a los hijos. Pero es cierto que a esta compleja tarea se le suma un contexto social, económico y tecnológico muy difícil. En la actualidad, los niños tienen mucho mayor acceso a bienes de consumo, especialmente artículos electrónicos, por ejemplo celulares, tabletas, ipods y otros proveedores de satisfacción inmediata como los videojuegos. Incluso los programas de televisión para niños y adolescentes se encuentran disponibles a toda hora. Esto genera mucha confusión con respecto a cuándo deben ponerse límites y cuándo acceder a la satisfacción de los niños. A veces los padres ya cansados prefieren evitar las discusiones frontales y solamente disminuir lo más posible el número de horas en que los niños están expuestos a estos estímulos. Pero para entender la situación de manera diferente conviene mirar en qué consiste la educación, más allá de las ocasiones en las que se debe hacer una cosa o la otra.
En realidad la pregunta por la educación de los niños tiene miles de años y podemos considerar que por lo menos desde el s. III a.C. el discurso pedagógico es doble. Catón, por ejemplo, defendía la severidad, lo que importaba era formar ciudadanos que correspondiesen a un ideal, de tal manera que se continuara la Roma fuerte y pura de los primeros tiempos de la República. Por otro lado, los Escipiones abogaban por la comprensión y la indulgencia. De esta manera, la educación era una formación que consistía en modelar una materia prima “suave” al abrigo del espíritu de normas culturales, lo bello, lo bueno y el derecho. Había partidarios tanto de una como de otra forma de educación, pero el debate por la educación severa de tiempos de antaño la encontramos desde Tácito (siglo I de nuestra era) que en su Diálogo de oradores lamenta que haya pasado el tiempo en que los niños eran educados con severidad: ¡Habla con nostalgia de los principios educativos de Caton[1]!
Esta referencia nos permite pensar que la respuesta por la mejor línea en la educación nunca ha sido del todo clara, que la dificultad de educar siempre ha estado presente y quizá esto, en parte, pueda aliviar a los padres y considerarse en forma fraterna con los padres de todos los tiempos. Pero vayamos más allá de una simple dualidad entre severidad y benevolencia.
En el fondo la educación en el sentido psíquico es todo un proceso en el que los padres se enfrentan a la formación de carácter y a modelar la manera en que sus hijos se enfrentarán a la vida. En este mismo sentido, la educación consiste en un enfrentamiento monumental entre lo que llamamos principio de placer y principio de realidad, mecanismos que rigen el funcionamiento mental de las personas. ¿Qué quiere decir esto? Imaginemos la mente de un niño muy pequeño. Ésta se encuentra cargada de recuerdos que, cuando son buenos le generan deseos de repetir todo aquello que en el pasado le ha causado placer, por ejemplo comer, poseer o hacer. A la vez, su mente alberga temores de que no llegue a realizarse aquello que le es tan placentero. También guarda recuerdo de sensaciones no tan agradables como hambre, sueño, sed, frío. Esto va a generar una gran tensión en la mente del niño que puede ser dolorosa y hasta insoportable, así que por todos los medios el niño buscará disminuir la tensión, es decir, tratar de obtener el placer más allá de cualquier obstáculo. Esto es lo que Freud llamó el principio de placer. En pocas palabras, el principio de placer sería todo aquello que hace la mente para evitarse aquello que es doloroso o molesto (displacer) y procurarse el placer. Ahora bien, a este principio de funcionamiento mental se le contrapone el principio de realidad, pues el niño a partir de sus experiencias de vida va comprendiendo que la satisfacción no puede ser obtenida de manera inmediata en todos los momentos en que lo desea, como por ejemplo, no puede ser amamantado con sólo desearlo, o no puede comer lo que desea ilimitadamente o dedicarse al juego en todo momento. La educación entonces puede ser descrita como un estímulo al vencimiento del principio del placer y a la sustitución del mismo por el principio de realidad. Tal y como se plantea en el artículo anterior (“Los límites en la educación…”) es de esta manera que la búsqueda de la satisfacción ya no se efectúa por los caminos más cortos sino mediante rodeos, y aplaza su resultado en función de las condiciones impuestas por el mundo exterior[2] . Así que cuando los padres hacen todo lo posible por educar y poner límites, éste es el escenario con el que se encuentran. Y cada vez que los padres buscan imponer la educación están enfrentándose a todos esos deseos y energías de sus hijos, que además están llenos de vida y tienen mucha fuerza. ¡No con poca razón los padres se encuentran cansados!
De cualquier manera, es indispensable que los niños poco a poco renuncien a este principio de placer para poder entrar en la realidad y sobre todo a la dinámica de este mundo real, en el cual se puede garantizar de entrada que no todos los deseos quedarán satisfechos. Este movimiento de entrada del principio de realidad ayuda al desarrollo del yo, y como Freud lo plantea, una ventaja es que para la entrada de la realidad tiene el atractivo de conseguir el cariño de los educadores, y fracasa [tanto la educación como la entrada al principio de realidad] ante la seguridad del niño mimado de poseer incondicionalmente tal cariño y no poder perderlo en ningún modo. Uno de los elementos esenciales de la disposición psíquica a la neurosis es engendrado por el retraso en educar […] en el respeto a la realidad y por las condiciones que han permitido tal retraso.
Muchos padres temen imponer la educación a este principio de placer, al pensar que la falta de reconocimiento a los deseos de sus hijos los llevaría a una actitud de resentimiento hacia ellos, o también por el temor a que entren a un mundo de represión o de generarles un “trauma” que los deje en falta o en una posición de inferioridad con respecto a sus compañeritos. Sin embargo, la educación no hace desaparecer los deseos, simplemente permite al niño entender que éstos podrán expresarse en otro lugar y tiempo, y quizá por un camino diferente un poco más largo, según las condiciones del mundo exterior. Como lo plantea Freud, no se quiere decir que para entrar a la realidad y a la educación debe renunciarse al placer para siempre, sino que se renuncia a un placer momentáneo, de consecuencias inseguras, pero tan sólo para alcanzar por el nuevo camino un placer ulterior y seguro. El principio de realidad les permitirá conocer su mundo, identificar las condiciones reales en las que se encuentran y los esfuerzos reales necesarios que deben hacer durante su vida. Educados de esta manera, los hijos podrán trazar un camino que les ayude a construir una realidad que les sea placentera.
[1] J.P. Neraudau, Etre enfant a Rome, Ed. Realia/ Les belles lettres, Paris, 2008, p. 104. 108,
[2] Pontalis, Diccionario de Psicoanálisis, p. 209