La soledad del analista
Por Mayte De Atela
Pareciera que la enseñanza del psicoanálisis conlleva de manera implícita el abordaje de la teoría a través de relatos clínicos que tienen como finalidad entender el mundo interno y las fantasías de los pacientes. No es poco frecuente encontrar material que nos permita entrar en la intimidad del consultorio del analista, quien, con la esperanza de compartir sus aprendizajes, nos muestra el día a día del trabajo con pacientes. Estos materiales nos permiten preguntarnos: ¿cómo pensamos a los pacientes?, ¿cómo se entiende la transferencia y qué hacemos con ella?, ¿cómo se construye una interpretación? Sin duda, cada uno de estos escritos aporta un gran conocimiento respecto a la técnica y la teoría psicoanalítica; sin embargo, es menos frecuente encontrarnos con material que nos permita abordar de manera profunda qué pasa con el analista. Me aventuraré a decir que, si bien en buena medida se debe a que el analista no es el personaje central del análisis, también responde a lo difícil que resulta hablar de lo propio, ya que puede generar la sensación de quedar al descubierto.
En este artículo me centraré en la soledad del analista. En nuestra profesión, lo que sucede en el consultorio, permanece en el consultorio. Con frecuencia, al llegar a casa después de un día habitual de trabajo, me descubro respondiendo de manera breve a la pregunta: ‘¿Cómo te fue en el trabajo?’ con un simple ‘Fue un buen día’ o ‘Me fue bien’. Esta respuesta no resulta para nada extraordinaria o desconocida para quienes nos dedicamos a la psicoterapia psicoanalítica y el psicoanálisis, ya que estamos comprometidos con la confidencialidad de los procesos de nuestros pacientes y el cuidado que ello implica. Esto me lleva de inmediato a pensar en una sensación de distanciamiento que en ocasiones puede provocar nuestro trabajo en el día a día con otros.
Nuestro trabajo dentro y fuera del consultorio puede llegar a ser bastante solitario. Sabemos que uno de los espacios para hablar de este trabajo es la supervisión, la cual se vuelve indispensable en nuestra labor. No sólo contiene las ansiedades generadas por la identificación proyectiva del paciente, sino que también nos permite reconocerla, tolerarla y metabolizarla. El análisis personal se vuelve otro espacio de expresión en el cual llegamos a hablar de los pacientes sabiendo que terminaremos hablando de nuestro propio mundo interno. En nuestra profesión, valoramos enormemente aquellos espacios en los que podemos reflexionar sobre nuestros pacientes. Estos espacios nos permiten adquirir nuevos conocimientos y compartir con otros colegas momentos de reflexión en los que podemos sentirnos acompañados, comprendidos.
En el texto “Someone to Watch Over Me”, Sandra Buechler nos habla de la incapacidad del ser humano de comunicar por completo la experiencia emocional, lo cual genera un profundo sentimiento de soledad, a veces acompañado de una sensación de no ser comprendido. Si bien es cierto que existen pocos espacios en los cuales podamos hablar abiertamente del día a día del analista y que esto, por momentos, podría llevar a una sensación de distanciamiento, también sabemos que ninguna persona está sola del todo. En “La capacidad para estar a solas”, Winnicott nos habla del momento en el que el niño juega solo estando en compañía de la madre y la importancia que tiene este momento en la construcción de la mente.
La teoría psicoanalítica introdujo el concepto de objetos internos, es decir, los personajes que habitan nuestra mente. Esto ha llevado a diversos teóricos a reflexionar sobre cómo, incluso cuando estamos solos y sin la presencia física de otro, siempre estamos acompañados por nuestros objetos internos.
Siguiendo esta idea y las reflexiones de Winnicott en “La capacidad para estar a solas”, entendemos que como analistas sucede lo mismo. Dentro del consultorio no sólo estamos con el paciente, sino que estamos acompañados por estos personajes que habitan nuestra mente. Están con nosotros los personajes que hemos internalizado: nuestro supervisor o supervisores, nuestro analista, profesores, colegas y nuestros primeros objetos de amor. Si bien es cierto que estamos acompañados por personajes a los que apreciamos y admiramos, no podemos olvidar que en toda relación existen las dos caras de la moneda. La admiración estará acompañada por la envidia. El amor no puede separarse del odio.
Por eso, la labor del analista es sumamente interesante, pero también debe realizarse con cuidado, preocupación y responsabilidad. Estas ideas nos llevan a reflexionar sobre la importancia de conocer la cualidad de nuestros objetos internos y de conocer la vivencia propia frente a la soledad, ya que esto se jugará en el análisis con los pacientes.
Cuando exploramos la soledad desde la perspectiva psicoanalítica, encontramos diferentes formas de experimentarla. Podemos distinguirla en dos tipos principales: la “soledad dolorosa” es aquella que duele y que se siente aún en compañía de otros; nos hace sentir separados de los demás. En contraste, la “soledad creativa” nos permite conectar profundamente con nuestra vida interna, siendo fundamental para el desarrollo de la personalidad y la creatividad. Esta última está acompañada de objetos internos buenos que nos sostienen.
Nuestra práctica clínica está marcada tanto por la soledad “dolorosa” como por la “creativa”. Hablar de la creativa resulta fácil y hasta poético, pues recordamos a aquellos personajes a los que admiramos y que nos acompañan permanentemente en nuestra mente, brindando sostén. Hablar de la “soledad dolorosa” supone un desafío. Esta sensación de aislamiento se entrelaza con las historias de dolor que escuchamos a diario. Estos relatos nos conmueven profundamente y se arraigan en nuestro ser, y están reservados para compartirse sólo en supervisión o durante nuestro propio análisis personal. Estas historias deben ir acompañadas del conocimiento de que la mayor parte del tiempo el paciente me verá como alguien más, esto es, los personajes que represente para él durante el análisis. Este conocimiento, junto con la noción de que el paciente nunca comprenderá completamente lo que hacemos por él, y sumado al hecho de que como analistas tampoco entenderemos por completo la mente de nuestros pacientes, puede llegar a ser doloroso y generarnos una sensación de soledad. No contactar con nuestra propia soledad dolorosa y con lo que el paciente nos evoca, puede llevar a cometer errores dentro del análisis. Por ello, es fundamental abordar la soledad del analista y los factores que contribuyen a esta experiencia.
Bibliografía:
Taylor G. (2012) “Someone to Watch Over Me”. En Loneliness and Longing. Conscious and Unconscious Aspects.
Winnicott, D. (1958) “La capacidad para estar a solas”. En El proceso de maduración en el niño. Ed. Laia Barcelona. pp. 31 – 40
Klein, M. (1963) “Sobre el sentimiento de soledad”. En Envidia y Gratitud y otros trabajos. Paidós. Tomo 3. pp. 306 – 320
Dimitrijevic, A. y Buchholz, M. (2022). The Abyss of Loneliness to the Bliss of Solitude.