El trabajo clínico con pacientes no neuróticos
Por Fernanda Aragón
¿A qué nos referimos cuando hablamos de los pacientes no neuróticos? Actualmente, es bastante frecuente encontrarnos en la práctica clínica estos modos de funcionamiento psíquico en pacientes que se caracterizan por sostener vínculos precoces y superficiales y en los que los afectos se experimentan con tal intensidad que desembocan en actuaciones. Esto devela las fallas en la capacidad simbólica y en la capacidad para pensar.
Estos pacientes dan la impresión de que las esferas de su pensamiento, afectos y conducta están incomunicadas, separadas; aquel puente imaginativo ha sido mutilado, trayendo como consecuencia el aislamiento de cada área.
La perspectiva psicoanalítica cuenta con distintas teorías que permiten una observación muy aguda y la discriminación de fenómenos mentales que dan cuenta de los precarios medios comunicativos del paciente para vincularlos sistemáticamente con lo que sucede en la relación terapéutica.
El descubrimiento de esos eslabones conectores (Green, 2015) entre lo que dice y hace el paciente, así como la intensidad afectiva contratransferencial, son dos herramientas técnicas fundamentales que el analista puede usar en un intento de generar comprensión y sentido sobre aquellas experiencias emocionales no registradas.
Algunas concepciones psicoanalíticas como la transferencia del tipo psicótica, el análisis y uso de la contratransferencia, la identificación proyectiva comunicativa y las ansiedades tempranas son sólo algunos marcos referenciales sobre aquello a considerar en el tratamiento de pacientes con este funcionamiento.
Con la intención de ejemplificar la complejidad y los matices del vínculo terapéutico con los pacientes no neuróticos, describiré un fragmento clínico.
Hace varios años, atendí a una mujer de cuarenta años que tenía seis meses en tratamiento, a razón de tres veces por semana. En una ocasión, al llegar a la primera sesión, la recepcionista equivocadamente le dijo que no pasara al consultorio porque yo estaba ocupada con alguien más. La paciente permaneció sentada y sin tocar la puerta, de modo que salí a buscarla; entró muy enojada al consultorio y me dijo con furia: “estoy hasta la madre de que alguien más siempre ocupe mi lugar; siempre tengo que esperar porque mis hermanas son primero para mis padres. No tengo nada sólo para mí”.
Yo desconocía por qué no pasó al consultorio cuando llegó y tampoco sabía que por error la dejaron esperando; me sentía desconcertada y confundida, intentando pensar quién era yo en ese instante para la paciente y qué alimentaba su furia. Al parecer, yo era concretamente esa mamá y ese papá ausentes para ella, compartidos con otros.
Esta mujer no lograba diferenciar lo que sucedía en el consultorio de aquellas experiencias de su realidad interna; el pasado y el presente se diluían. Como dice Ogden (2015) “los sentimientos se vuelven acciones inminentes […]”; sin posibilidad de transmitirlos con palabras, me los hacía sentir en carne propia. Esto que aconteció con la paciente es a lo que llamamos transferencia psicótica.
Autores como André Green (2015), que seguía las ideas de Donald Winnicott, describen la frecuencia con la que los analistas cuestionan sus propias reacciones ante lo que su paciente le comunica para usarlo en sus interpretaciones, además de considerar el contenido de lo transmitido. Enfatiza que el objetivo inconsciente del paciente es inocular al analista con los afectos que experimenta y, mediante esta vía, comunicarle qué pasa dentro de él.
Wilfred Bion (1962) amplía la noción de identificación proyectiva, describiéndola como un medio de comunicación, a través del cual el paciente le transmite al analista su sentir; en otras palabras, proyecta en él aquello que no puede pensar, nombrar. Esta manera de concebir al mecanismo se distingue de la identificación intrusiva, que se caracteriza por la fantasía omnipotente de expulsar al objeto, inocularlo y descolocarlo.
Al considerar únicamente su propia experiencia emocional, el paciente queda encapsulado en esa forma de vivir e interpretar lo que le acontece; es el analista que, al recibir y procesar dicha experiencia, es capaz de transformarla y hacerla más tolerable para pensarla.
Esta transformación forma parte del trabajo que el analista realiza sesión tras sesión, además de la construcción de puentes que comuniquen los fragmentos del yo-islotes (Green, 2015), que serán de vital importancia para la unificación y cohesión de este tipo de personalidades.
Desde otra perspectiva, Etchegoyen (2014) acentúa que, cuando se logra superar el tedio y el aburrimiento fúnebre que impregna la contratransferencia, se puede reconstituir el vínculo vital que el niño tuvo con la madre antes de la catástrofe. Dotar de nuevas investiduras, darle una nueva significación, permite traer aquellas experiencias innombrables, alejadas por la desinvestidura.
Comprender lo que sucede entre ambos participantes de la diada psicoanalítica implica sensibilizarse para decodificar distintos niveles de comunicación, por lo que el psicoterapeuta debe estar al pendiente de varios frentes simultáneamente. El Doctorado en Clínica Psicoanalítica del Centro Eleia tiene como objetivo afinar este tipo de habilidades en los profesionales de la salud mental. Tanto el estudio como la revisión constante de materiales clínicos y la supervisión ayudan a los alumnos de este programa a conseguir mejores resultados en su consulta privada.
Referencias
Bion, W.R. (1990). Una teoría del pensamiento. Volviendo a pensar. Buenos Aires: Hormé. (Obra original publicada en 1962).
Etchegoyen, H. (2009). Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Green, A. (2015). De locuras privadas. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Ogden, T. (2015). La matriz de la mente: las relaciones de objeto y el diálogo psicoanalítico. Karnac books.